26 mayo, 2006

Damien Hirst


The Physical Imposibillity of Death in the Mind of Someone Living: una estructura de acero y vidrio (213cm X 518cm X 213cm), la cual contiene a un tiburón Tigre Australiano de 4,5 metros de largo conservado en formaldehído. Damien Hirst, uno de los artistas contemporáneos más lúcidos y destacados de Inglaterra, es autor de esta obra, la cual no ha dejado -desde su primera exhibición en 1991- de reformular aquellas preguntas que rodean al arte de la postmodernidad.

¿Podríamos llamar objeto estético a un tiburón embalsamado y suspendido en una solución química? Probablemente sería difícil hacerlo si lo encontrásemos en un museo de ciencias naturales antes que en una galería de arte. Es indiscutible que esta pieza es un descendiente directo de los ready-made de Marcel Duchamp (o Richard Mutt), así como de aquellos clásicos y polémicos enlatados que Piero Manzoni presentara a principio de los sesenta (incluidas sus Sculture Viventi). Partamos de ello entonces: No nos es posible continuar llamando arte exclusivamente a la producción ex nihilo que un sujeto realiza en base a determinados materiales (madera, piedra, óleo, acrílicos, etc.). El origen o la legitimidad de dichos materiales dejan de ser una cuestión relevante, siendo reemplazada esta por el carácter estético que determinado individuo decide otorgar a un objeto en concreto. No obstante ello, no podemos evitar sentir aquel malestar que conlleva la posibilidad de no ser capaces de percibir claramente el sentido de una obra de arte (la noción de que el arte debe ser universalmente aprehendido por cualquiera, debido a su fundamental característica de mímesis). Pasamos así a una instancia dual que nos permitirá aproximarnos al problema de la interpretación: el contexto y el título.

En cuanto al contexto, hemos hecho ya referencia al lugar que haría más reconocibles las cualidades artísticas de un objeto determinado: una galería, una sala de exhibición, un centro cultural. No obstante ello, "contexto" implica algo más que circunstancia espacial (a decir verdad, no se agota en ella), pues involucra asimismo una actitud particular de apertura hacia la obra. Es usualmente más sencillo enfrentar la existencia e interpretación de una pintura ya que confiamos en la presencia de ciertos elementos socialmente reconocidos e históricamente asentados que nos aseguren su legitimidad como obra de arte (soporte, marco, colores, el carácter mimético o expresivo, etc.), lo cual no contradice en absoluto el hecho que nuestra actitud perceptiva es distinta a todos estos elementos, y surge de manera autónoma, no sólamente como reacción a ellos. Lo mismo habría de suceder cuando nos encontremos frente al trabajo de Hirst: no es suficiente ya reaccionar ante una obra, sino también accionar sobre ella.

El título se convierte en un apoyo hermenéutico adicional. Algunos guardan una relación evidente y directa con el objeto en sí, como por ejemplo "David" o "Moisés" en el caso de dichas esculturas de Miguel Ángel. En otras ocasiones poseerán uno enigmático (pienso en algunos trabajos de Magritte y Dalí); otras obras, antes de poder calificarlas como innominadas, llevarán una pequeña etiqueta con las letras S/T como único signo distintivo. En cualquier caso, el título no conlleva una simple forma de identificación, sino además una contextualización de aquella actitud especial que mencionamos debe estar presente en el espectador al afrontar el objeto. The Physical Imposibillity of Death in the Mind of Someone Living no es sólo el nombre de la obra, sino la primera herramienta interpretativa que tenemos para lograr aproximarnos a uno de los sentidos de este trabajo. Existen en él dos contraposiciones notorias: la implicada por mente/cuerpo, y aquella referida por muerte/vida. Ateniéndonos a una postura contemporánea en la filosofía de la mente (Ryle, Churchland) podemos afirmar que el yo involucra una relación íntima entre los elementos del primer grupo en contraposición que hemos mencionado, dejando de lado una postura dualista (físico-espiritual) desarrollada a partir del siglo XVII y la modernidad. Primera reflexión: Yo, como ser que observa este trabajo, me encuentro en una situación de supuesta dicotomía, surgiendo así un cuestionamiento sobre la naturaleza de aquello que fue también un ser (el tiburón), y aquello que es ahora (un objeto artístico). Soy espectador gracias a la unidad mente-cuerpo que me permite contemplarlo. Una de las cualidades de este trabajo -como objeto artístico- es la de sugerirnos los efectos que la ausencia de dicha unidad origina u originaría en nosotros. Segunda reflexión: Vida y muerte; infiero la noción de muerte pues percibo a una criatura que en algún momento -puedo presumirlo- estuvo viva, y soy capaz de notar la diferencia. Sin embargo no puedo vivir dicha experiencia, sólo puedo imaginarla. Esta imposibilidad física de experimentar la muerte es antes bien la única condición necesaria para lograr advertirla, convirtiéndose así en una abstracción de aquel evento ineludible en un ser (destrucción física implica destrucción mental, y viceversa). Por una parte, es cierto que luego de la muerte la materia se conserva por algún tiempo, teniendo el cuerpo una fuerte resemblanza con el ser que era. Empero, dicha resemblanza es sólo aparente (incluso podríamos llamarla diferencia), ya que sugiere un parecido similar al que podría existir entre un cadáver y una persona durmiendo.

Sin embargo, la recepción del arte de Hirst no es pacífica y muchas personas continúan cuestionando su legitimidad. Arte (Techné), antes que la creación de objetos bellos, implicaba originalmente determinada habilidad (producto de un estudio) para elaborar objetos con cierto grado de sofisticación y complejidad. En este sentido podríamos llamar arte a la obra de Hirst, pues se requirió el conocimiento de una técnica para construir el tanque, disecar el animal, preservarlo indefinidamente, etc. Pese a ello, es claro que no es esta la acepción usual del término cuando lo utilizamos para referirnos a algo como artístico. Probablemente esto tenga que ver con el sentido de arte que normalmente se maneja, identificándolo con objeto de contemplación casi irreflexiva (la experiencia estética es inmediata, el análisis estético es posterior y estructurado). Si bien hay ciertos cuadros cuya finalidad es ser colgados en la pared de una casa para adornarla, dicha característica no es intrínseca a todo trabajo artístico. Más que una apreciación de algo bello, la obra de Hirst es una reflexión sobre el arte en sí (además de sobre la vida, la mente, etc.). Quizás esto pueda llevar a la conclusión que cualquier cosa tendría la posibilidad de llegar a ser arte, algo que puede sumir en la desesperación a muchas personas. En todo caso pienso que la capacidad para soprendernos de nuestra realidad sí forma parte de cualquier trabajo artístico, sea este una pintura del Renacimiento o una instalación Fluxus. El artista sería entonces aquella persona que primero fue espectador, y luego construyó un sentido al objeto (haya sido este producido o recogido). El resultado es obvio: cualquiera podría ser artista (una consecuencia muy de acuerdo a la sociedad liberal-democrática bajo cuyo paradigma vivimos). Pero, antes de anunciar el fin de la facultades de arte, debemos precisar que no toda pieza artística va a ser socialmente relevante (segunda consecuencia de la misma sociedad liberal-democrática: un mercado en competencia). Ambas nociones se complementan, y si bien es cierto que incluso un lego podría llegar a elaborar una obra (Barthes prefiere decir "hacer del lector no ya un consumidor, sino un productor del texto"), es lógico suponer que aquellas personas que estudien e investiguen acerca de la tradición artística, la estructura de las obras, la realidad social del momento, tendrán mayores posibilidades de llegar a aquella obra de arte relevante (sin afirmar, como hemos dicho, que sean ellos los únicos detentadores de dicha posibilidad, sino los estadísticamente más próximos a ella).

Hemos mencionado la desesperación de algunas personas ante estas formas de arte y la poco apacible recepción que tuvo la obra de Hirst: en agosto de 1993, el diario Evening Standard publicó una reseña acerca de otros trabajos del artista británico, calificándolos como piezas indulgentes y divertimentos de coleccionistas que ningún adulto tomaría en serio. Quizás las dos reacciones más interesantes provinieron de otro artista y de un anónimo. Mark Bridger entró a la Serpentine Gallery de Londres el 9 de mayo de 1994 llevando consigo un frasco de tinta negra, el cual vertió sobre la obra Away from the Flock (trabajo similar al que comentamos, siendo en este caso una oveja en lugar de un tiburón el personaje central). Sorprendentemente, los actos de Bridger no comportaban una intención de protesta por la "banalidad" del arte contemporáneo o la utilización de animales en él: estos obedecían a un propósito de "complementar" la obra, añadiéndole un giro que esperó Hirst pudiera entender. Bridger recibió dos años de prisión condicional y la obra fue posteriormente restaurada por un costo de £1000. En mayo de 1996, Hirst recibió una carta sin nombre o dirección de remitente. En el interior había una hoja de afeitar oculta en un pliego de papel blanco, el cual se encontraba pegado al sobre y debía ser tomado con fuerza a fin de retirarlo, dando como consecuencia que quien lo intente se cortase el pulgar. Nadie salió lesionado a causa de este incidente. Hirst afirmaría durante una entrevista que "[...] El arte es peligroso porque no tiene una función definida. Pienso que eso es lo que atemoriza a la gente". The Physical Imposibillity of Death in the Mind of Someone Living ciertamente seguirá reformulando preguntas, así como continuará generando respuestas en los espectadores. La indiferencia nunca ha sido una de ellas.

6 Comments:

At mayo 27, 2006 4:52 p. m., Anonymous Anónimo said...

Cietamente la construcción de un concepto tras el objeto ayudaría a vislumbrar el enigma, pero enfrentando la obra como un espectador "inocente" -como teóricamente debe ser- nos sería el mayor obstáculo. Entonces apelaría a la sensación estética que produce el objeto, que a pesar de no ubicarse en un medio convencionalmente determinado (como artístico, digo) suministra las mismas emociones estéticas. En este caso estariamos frente al bisturí que, al no estar en el quirófano, nos sirve de desarmador y aún así no deja de ser bisturí.
En el caso del "Tiburón" de Hirst, apeguémonos a la respuesta "estética" que ocasiona: una inteligente reflexión que no solo cuestiona el objeto en si, sino también sus diferentes apreciaciones semánticas a partir de una contemplación inocente.

Espero no equivocarme, ni estar buscando el quinto pie al gato.

 
At mayo 28, 2006 12:13 p. m., Blogger Erika Almenara said...

Qué bueno que estés posteando, interesante esta última entrada.
saludos

 
At mayo 30, 2006 9:03 p. m., Blogger José A. Pacheco said...

Y Sensation! y la caca de elefante? Vamos por ahí?

"The Physical..." fue una de las primeras obras distintas a esa conexión clásica entre el artista y el objeto que pude "apreciar".
Ya luego pasaría mucho, como "Shoot" y el van Gogh en clase de Max Hernández, hasta ser menos esteticista y más postmodernista.

Interesante dónde quiere Hirst poner el límite a la interacción; no se me habría ocurrido tal reacción contra esa colaboración forzada, pero muestra una forma de ver este nuevo objeto -oveja- como un objeto clásico.
Tal vez en el fondo ha cambiado el objeto, pero sigue estando ahí, distinto del artista y distinto de los espectadores. Dónde quedaría eso si hablamos de "espectadores hembra" a-la-Cortázar?

 
At junio 06, 2006 4:58 p. m., Blogger Oscar Pita Grandi said...

Pienso que en la aproximación del arte al individuo y viceversa, el individuo le ha perdido un poco de respeto al arte. Ahora el arte es explicado de miles de formas. Incluso por el silencio. Se piensa que determinadas formas de pensamiento, expuestas con cierta habilidad en determinado formato o material, es arte. El arte es, ami gusto, más que eso. Incluso no necesita ser explicado. En arte, lo que empieza a ser explicado termina desapareciendo. No requiere ser entendido ni asimilado, sino, disfrutado y para ello, existen tantos gustos como personas. Tenemos en voga las "instalaciones" audio-visuales, los cuadros electrónicos (como lo que Grenaway ha hecho con uno de los cuadros de Rembrandt en un mueso en Amsterdan, les ha dado vida a los personajes a través de efectos lumínicos o luminosos) y este arte está hecho de materiales jamás pensados porque son inasibles: la luz, la música la imagen. No obstante, es arte. La transformación del pensamiento en actos u objetos que simulen o pretendan ser lo pensado, es también una manera de hacer arte. Recuerdas los inhodoros en Andy Wharrol? Y esos enlatados con la cara de Kennedy como etiqueta?

Nos vemos.

 
At junio 23, 2006 2:01 p. m., Blogger Liz said...

De arte no se mucho pero tu post me ha parecido muy interesante, la verdad me he kedado prendada.

Gracias.

 
At setiembre 29, 2006 12:15 p. m., Anonymous Anónimo said...

Puesto que es un tiburón de verdad eso no es arte, es un tiburón en formaldehido.
Me explico. El arte debe de tener dos cosas: Técnica y contenido. Un dibujo de un niño de cuatro años puede tener contenido pero no tiene técnica. Este caso, en cambio, tiene contenido pero nada de técnica (a menos que sea para una convención te taxidermistas).

Si hubiera recreado al tiburón de modo que pareciera "un tiburón en formaldehido" eso si que sería arte.

 

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