15 febrero, 2006

Lílá (1999)





07 febrero, 2006

Thomas Bernhard

Debo el conocimiento de la obra de Thomas Bernhard a cierto comentario realizado por el escritor Iván Thays durante una clase de Literatura Actual, al tratar una de las características de su particular estilo narrativo: la convención tácita de evitar la redundancia de palabras queda abolida por Bernhard y su ritmo agotador, el cual llega incluso a hacer imposible una novela de 400 pags. en él. A fin de ilustrar dicho comentario, cito las primeras líneas de su relato Andar :

"Mientras que, antes de que Karrer se volviera loco, sólo andaba los miércoles con Oehler, ahora, después de haberse vuelto loco Karrer, ando también los lunes con Oehler. Porque Karrer andaba conmigo los lunes, anda usted ahora, desde que Karrer no anda ya los lunes conmigo, también los lunes conmigo, dice Oehler después de haberse vuelto loco Karrer y estar en Steinhof, está bien, andaremos también los lunes." (Relatos, Alianza Editorial 1987)

Es posible que este inquietante ritmo haya tenido su origen en la sarcoidosis que padeció el autor, la cual le dificultaba la respiración y, por consiguiente, generaba en sus oraciones aquella particular métrica y estructura (tomo la información acerca de la enfermedad de Bernhard del antiguo blog del escritor Edmundo Paz Soldán). Asimismo, creo que esta fragilidad física que puede percibirse en la narración tiene una contraparte en cierta fragilidad emocional y mental que poseen muchos de sus personajes, los cuales son seres que padecen una compleja y errática vida interna. Para citar algunos: los ya mencionados Oehler y Karrer de líneas arriba; ambos personajes (aunque el segundo más que el primero) del relato Dos preceptores; el narrador de ¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?, quien llega a una crisis al tratar de decidir si ir o no al teatro; Paul Wittgenstein en El sobrino de Wittgenstein, el cual cristaliza la idea de la prisión interior, cuyos límites son siempre el lenguaje y ese intento de superarlo, de crear un lazo con el otro (uno de los temas más importantes en esta obra, además de la locura, es la amistad).

En el caso de Bernhard, el lenguaje que utilizan no sólo sus personajes, sino escencialmente sus narradores, permite la creación de un vínculo entre el tema tratado (la locura) y una experiencia fronteriza a ella. Tomo arbitrariamente otra obra con tema similar a manera de contraste: Piedra Infernal, de Malcolm Lowry. En esta, William Plantagenet decide internarse en el Hospital Psiquiátrico Bellevue, lugar desde donde se relata su historia de redención (imperfecta) gracias a los cuidados del personal médico y al interés que demuestra en algunos de sus compañeros. Cito uno de los párrafos con los que inicia el capítulo VII:

"Algunas veces Plantagenet necesitaba leer los rótulos que había sobre la pared para recordar dónde se encontraba, y ahora, al entrar en la sala contigua, acababa de recordarlo. Sin embargo, en los últimos minutos, la atmósfera característica de un Hospital Público parecía haberse disipado en esa bochornosa tarde de tormenta. En quel escenario rodeado de cortinas reinaba una aterradora intimidad, una engañosa alegría." (Montesinos, 1997)

Creo que la diferencia es clara: si bien ambos narradores hablan de personajes mentalmente perturbados, el de Bernhard lo hace de una forma en la que podemos experimentar directamente la angustia de una situación de ese tipo (debido a la autenticidad de su lenguaje), siendo allí donde radica toda la fuerza del autor y haciendo su obra inimitable. Admito que sería casi un pleonasmo afirmar que el lenguaje empleado en todo relato tiene un vínculo directo con su contenido, pero en esta ocasión estoy tratando ficticiamente de crear una división entre forma y fondo (división que no pienso exista por sí misma en ningún texto literario, siempre que se hable de una continuidad del mismo) a fin de ilustrar mi punto sobre la manera en que ambos autores tratan el tema en cuestión. Desde luego, esto no significa en absoluto que considere a Bernhard mejor escritor que Lowry o viceversa (no encuentro algo más absurdo que una comparación de este tipo); antes bien podría decirse que mientras Lowry opta por intelectualizar la experiencia, Bernhard prefiere revivirla para nosotros (o un regreso más a la antigua división diégesis/mímesis). Queda en el lector (como siempre) decidir qué tipo de aproximación preferirá en determinado momento, no existiendo a priori una fórmula mejor que otra. En el mismo sentido, no creo que la mencionada autenticidad en el lenguaje implique necesariamente una verosimilitud o una calidad intrínseca en toda obra que la aplique (de lo contrario tendríamos que afirmar que muchas obras de realismo sucio, por el sólo hecho de su lenguaje, son verosímiles o de gran calidad). El mérito de Bernhard, como el de todo artista original, es haber llegado a desarrollar una voz no sólo innovadora, sino ante todo personal.