29 noviembre, 2005

The Dreamers

Matthew conoce a los hermanos Isabelle y Theo en el París de 1968, durante una protesta contra la destitución de Henri Langlois como director de la Cinemateca Francesa. Los tres tienen algo en común: son "locos de las películas". Pasan la mayor parte de su tiempo -junto a muchos como ellos- en la única sala de la cinemateca, viendo films o discutiendo sobre estos. Los padres de Isabelle y Theo se marchan al campo durante un mes; Matthew es invitado por sus nuevos amigos a quedarse en casa. A diferencia de Matthew, Isabelle y Theo no sólo aman ver las películas, sino que además han elegido vivir las escenas más importantes de sus favoritas. El cine ya no es para ellos una manera de eludir la realidad: el cine se ha convertido en el instrumento para reconstruirla. Isabelle le dice a Matthew: "Hemos estado esperando a alguien como tú, al tercero...". Matthew no entiende, "¿El tercero para qué?". Quieren recrear la escena del museo de Louvre en Bande à part, quieren vencer los 9:45 minutos que les tomó a Arthur, Franz y Odile el cruzarlo, quieren reescribir a Godard.

Lo logran: sólo 9:28. "¡Ya es uno de nosotros!" grita Isabelle. Reviven Freaks, reviven Queen Christina, reviven À bout de souffle, reviven Der Blaue Engel. No, no las reviven: las viven. Bertolucci lo entendió claramente: entendió cómo defenderse de la realidad, cómo sobrellevarla, cómo vencerla. Quizás también cómo no volverse loco en ella.

27 noviembre, 2005

The Acid House

Irvine Welsh ya era un autor establecido en Edimburgo antes que su primera novela Trainspotting (1993) fuese llevada al cine y se convirtiera en uno de los principales films de culto de los noventas, trayéndole un merecido reconocimiento internacional. En 1994 apareció The Acid House, su primera colección de cuentos. Lo primero que llama la atención sobre los relatos de Welsh es el registro que hace del idioma inglés, pues si por momentos utiliza una escritura tradicional de dicha lengua, esta puede verse alterada y presentarse fonéticamente para caracterizar de manera más auténtica cómo hablaría un escocés de clase media baja, adicto al fútbol o a las drogas, y de un nihilismo absoluto. Una frase como "All that was in John Deaf's house was one chair that his Grandfather sat on, in the living room. There was a box with a telly on top of it.", se convierte en "Aw thit wis in John Def's hoose wis one chair thit ehs Grandfaither sat oan, ben the livin-room. Thir wis a boax wi a telly oan toap ay it." (The House of John Deaf); las historias de Welsh son de aquellas que deben leerse en voz alta para lograr así entender bien qué es lo que un personaje (o un narrador determinado) quiere decir, logrando una identificación con su mundo y pensamiento al preocuparnos por el dialecto que utiliza.

Sería un error calificar a Welsh como un escritor cuyo temas giran exclusivamente en torno a delincuentes o heroinómanos. Si bien es cierto que el tema de las drogas reaparece en algunas de sus historias -como en aquella que da título al volumen-, este no se ve limitado únicamente a su aspecto más sórdido, sino que incluso puede encontrarse combinado con agresivo humor negro e ironía (en Granny's old junk, un heroinómano va a visitar a su abuela con intención de robarle dinero, solo para descubrir que ella misma es uno de los más grandes dealers de la zona).

Uno debe reconocer en los relatos de Welsh a un escritor no sólo capaz de elaborar historias impecables, como por ejemplo Eurotrash, en la cual descubrimos al mismo tiempo que el narrador el pasado de una antigua amante, escrita en una lograda estructura de principio, nudo y desenlace tradicional; sino también a un autor que ha decidido reinterpretar géneros literarios y divertirse experimentando con ellos. Así pues, encontramos en este libro ejemplos de cuento negro (The Shooter), relato fantástico (Vat '96), cuento de terror (Snuff), cuento minimalista (Sexual Disaster Quartet), un homenaje a Kafka (The Granton Star Cause, en donde Boab es convertido en una mosca por Dios, luego de tener el peor día de su vida) o algunas experimentaciones sobre el texto del tipo postmodernista (Sports for All en sus juegos con los diálogos; The Acid House, en la que la disposición del texto se asemeja a la experiencia del narrador con las drogas; Across the Hall, en la que dos historias paralelas son presentadas al mismo tiempo en ambos puntos de vista).

Mi relato favorito del volumen es The Last Resort on the Adriatic, en el que un anciano recuerda durante un crucero por el Mar Adriático a su esposa, quien había fallecido diez años antes mientras iban los dos en ese mismo barco. Si bien esta es una historia que se aleja mucho de la temática y personajes usuales de Welsh, este logra construir una atmósfera de nostalgia y desesperación que ahoga al anciano, incluso cuando conoce a una viuda durante el viaje e inician un romance. Una excelente obra de ficción que nos recuerda las varias aristas que un autor puede tener.

19 noviembre, 2005

Variación sobre el tema de un Koan Zen

Cierto día, estando un joven practicante y uno de los socios principales recorriendo los pasillos de un estudio de abogados, surgió la siguiente conversación.
"Me preocupa el trabajo que has estado entregando durante los últimos días, hijo."
"Lo sé, he estado distraído. Lo que sucede es que mi enamorada terminó conmigo la semana pasada. Llevaba tres años con ella."
"Ah, ya veo", replicó el mayor. "A mí me pasó algo similar cuando tenía aproximadamente tu edad y estaba a punto de acabar la carrera. Mi enamorada terminó conmigo también y me dejó por otro pata."
"¿Y no le dolió?"
"No."
"¿Por qué?"
"Hijo, pues porque soy abogado."
En aquel momento, el joven practicante fue iluminado.

18 noviembre, 2005

No Logo

La conversación empezó a partir de una de las tesis sostenidas por Naomi Klein en su libro No Logo. En un principio las marcas fueron utilizadas con el fin de diferenciar productos de características similares, pero calidades diferentes. Así pues, tras la Revolución Francesa (luego de la cual no fue necesaria una autorización del Rey para iniciar cualquier actividad comercial) y la Revolución Industrial (en la que los volúmenes de producción aumentaron y la standarización dio inicio), los comerciantes empezaron a utilizar las marcas para diferenciar sus productos de los de la competencia y asegurar la fidelidad de aquellos consumidores que se dieran por satisfechos. Sin embargo, estos conceptos fueron cambiando a partir del siglo XX, ya que las empresas consideraron menos importante producir bienes (cosa que cualquiera podía hacer) que producir Marcas (cosa que sólo aquellas compañías que invirtieran fuertes sumas en publicidad lograrían); las marcas seguirían funcionando como distintivos de calidad, pero se añadieron "contextos" a ellas. De esta forma, cuando uno iba a la tienda a comprar una cajetilla de Marlboro, no solo adquiría tabaco de Virginia liado en un cigarrillo, sino además la idea de independencia y libertad que había sido integrada a este producto mediante la campaña del Marlboro Man; uno ya no compraba agua solamente si tomaba una botella de Pierre o Evian, sino que además venía incluida una experiencia de sofisticación europea. Esto mencionando sólo a tres marcas cuya capacidad para convocar contextos es muy puntual; piénsese sino en Disney, la cual trae consigo un Uqbar propio que va desde tazas, ropa, libros escolares, hoteles hasta parques temáticos enteros.
Nos habían dejado algunos capítulos del No Logo para un curso en la universidad. Un amigo y yo empezamos a analizar la tesis de Naomi Klein, cuestionándonos si realmente se justificaba el pagar un precio extra por un producto exclusivamente en función a la marca. Soy de la idea que si tengo dos pantalones hechos de los mismo materiales y ambos de la misma calidad, pero diferentes en que uno de ellos lleva la etiqueta de GAP y, por dicho motivo, un sobreprecio de 40 dólares, prefiero quedarme con aquél que resulte más barato. Mi amigo insistía en que prefería el segundo, diciendo que era distinto, que uno se sentía mejor sabiendo que era de marca a pesar de que nadie la vea o estuviera escondida (dixit). En aquel momento discrepé totalmente de su posición, pareciéndome esto un gasto superfluo y sin mayor fundamento.

Estuve hace unas dos semanas en una librería comprando el libro Inglaterra, Inglaterra de Julian Barnes. Esta es la historia de Jack Pitman y su sueño de convertir la pequeña isla de Wight en una especie de mini-inglaterra, convenientemente diseñada para albergar todos los sitios turísticos de la original, pero sin el perjuicio de tener que visitar "todo lo demás". Cuando estuve con el libro de Barnes en la mano y listo para ir hacia la caja, encontré en uno de los estantes el No Logo -el cual no veía desde hacía tiempo- y recordé la conversación sobre las marcas. En ese momento, supongo que por una asociación de ideas, me puse a pensar en lo que mi amigo había defendido (comprar productos con marcas para vivir una experiencia) y aquello que me disponía a hacer: comprar un libro de ficción. ¿Es realmente tanta la diferencia entre una persona que compra un libro, una entrada al cine o al teatro, en una palabra, una persona que consume ficción, y aquella que adquiere un producto cuya marca incluye una experiencia o un contexto (por más vano que éste sea)? Un terno es un traje que uno utiliza en ocasiones formales o algunos para ir a trabajar; un terno Armani cumple la misma función, pero aquellos que lo llevan experimentan una sensación de poder al estar esta marca ligada a abogados y ejecutivos exitosos. Es entonces esto una forma más de ficción: si llevo este terno podré sentir lo mismo que el personaje de la publicidad (a pesar de que probablemente no sea cierto).

Si bien podemos decir que la lectura de obras de ficción ofrece un placer intelectual, el fin perseguido sigue siendo el mismo: evadirse por unos momentos de la realidad. Cuando compro un libro quiero conocer cómo era Combray o Comala, quiero saber si Crusoe salió de la isla o si encontraron a Kurtz, quiero vivir por unos momentos la relación entre Tomás y Teresa, etc. Una persona que compra ropa en Benetton puede buscar la experiencia ajena a su realidad de ser parte de un grupo social con una determinada actitud en la cultura popular de occidente; lo mismo si toma un café en Starbucks y quiere vivir una experiencia relacionada con el blues o el jazz y un ambiente de bohemia (este ejemplo es de Klein, no sé si se aplicaría al concepto de Starbucks en el Perú). El que una forma de vivir esa realidad alterna implique un grado de abstracción distinto no la hace menos o más válida, en todo caso la hará diferente, pero apuntando siempre hacia la misma meta: otorgarnos una experiencia distinta a la usual.

Hasta el momento sigo pensando que prefiero comprar el pantalón de igual calidad, pero sin marca, a aquel $40 más caro y ficcionizante; no obstante, lo pensaría dos veces (especialmente si tengo costumbre de ir al cine o leer algo) antes de afirmar que esa es una forma vacía de gastar el dinero o pagar de más, pues creo que no se puede negar que el ser humano por naturaleza necesita evadirse de la realidad de vez en cuando, y ya dependerá de cada uno la manera cómo lo logre.

05 noviembre, 2005

Esperando a Godot

Asistí hace algunos años a la puesta en escena de Esperando a Godot realizada por Edgar Saba en el Centro Cultural de la Universidad Católica. En aquel momento, puedo decir que mi interpretación del sentido de la obra obedecía en buena parte a la expuesta por el director, quien reinvidicaba la importancia del significado de Godot a través del montaje, es decir, la obra giraba en torno a él y lo que podría representar, convirtiéndose esto en su tema principal. Pienso ahora de forma distinta; el tema principal de esta obra no es aquello que Godot pueda simbolizar, sino el aburrimiento, así como las formas que tenemos las personas de luchar contra él.

Creo que a todos nos ha ocurrido alguna vez: Un amigo nos ha citado a determinada hora y llegamos con otro amigo más para que nos acompañe hasta que llegue el primero. Entonces empezamos a conversar y los primeros temas corresponden -casi de forma inevitable- a lo que usualmente llamamos lugares comunes (política, trabajo, fútbol, etc.), o quizás a alguna noticia de actualidad que pudimos leer en el periódico antes de salir de casa. Dependiendo del grado de confianza o empatía con la persona que está con nosotros, podemos empezar a hablar de cuestiones más personales o de conocidos mutuos; después podemos hacerlo sobre cine, algún libro que hayamos leido, filosofía o cualquier tema. No obstante, quien nos citó sigue sin aparecer. Es aquí cuando empieza la obra de Beckett. El cualquier tema se convirtió para Vladimir y Estragón en todos los temas que pueden ser tratados por dos personas (lo cual implica que llevan un gran tiempo esperando a Godot, el tiempo suficiente para agotar todas las conversaciones posibles); de allí en adelante llega el aburrimiento, pues no hay nada más que decir y el paso del tiempo no se hace mas rápido cuando sabemos que esperamos algo y no tenemos forma de entretenernos o evadirnos de él. Ambos protagonistas han agotado toda la conversación racional que tenían, ya no saben qué más hacer hasta que llegue Godot, pero saben que no pueden irse (el motivo no importa) ya que él ha dicho que va a llegar y deben esperarlo. Es en este momento que surge el absurdo.

La gran diferencia entre esta y otras piezas del llamado Teatro del Absurdo radica en la forma en la cual se enfoca este. En Ionesco, el absurdo es el estado natural de las cosas, una subversión al código de lo real (racional) al que nos hemos acostumbrados; a través de dicha subversión se logran los efectos humorísticos que caracterizan su dramaturgia (La Cantante Calva). En Pirandello, por otra parte, el absurdo es una forma de cuestionar los límites que existen entre la realidad y la ficción, entre la continuidad de la obra y su distanciamiento frente al artista (Seis personajes en busca de un autor), en otras palabras, sirve como instrumento de reflexión en cuanto a la obra artística, su creación y su percepción.

El caso de Beckett es distinto. El absurdo es en esta obra la condición a la cual se han visto reducidos los personajes principales para eludirse de la realidad. Si no empiezan a discutir sobre uno de los ladrones en la crucifixión, a contar chistes sin sentido, o a intercambiarse los sombreros para ver cuál les queda mejor, corren el riesgo de volverse locos pues ya no hay forma racional de hacer que el tiempo hasta que llegue Godot se sienta menos. Ante ello, la otra única alternativa es la muerte, cuestión que los ronda más de una vez al meditar sobre cómo podrían ahorcarse en el único árbol que les sirve de escenografía. Podemos notar entonces que el absurdo no hace de esta obra una comedia -como en el caso Ionesco con La Cantante.., o en el del reciente ganadador del Nobel con El Conserje, o en las mejores películas de los Hermanos Marx-, sino más bien una tragedia, en la cual la lucha contra el Tedio se convierte en la acción dramática de los protagonistas.

¿Qué representa Godot entonces? No sabría decirlo y tampoco tendría sentido hacerlo, pues cada persona tiene su propia idea de Godot y esta varía según el momento: puede ser el sentido de la vida, puede ser la llegada de la sabiduría, de Dios, de un caudillo político o un libertador; incluso no tiene por que corresponder a temas tan solemnes, ya que bien podría tratarse de la persona que estamos esperando en la cafetería y que lleva más de una hora de retraso, la enamorada que no acaba de alistarse para salir, el final de una clase de dos horas demasiado aburrida, el 31 de dieciembre cuando termina el contrato de prácticas con una institución del estado en la cual uno ya no quiere trabajar más, etc.; cualquier situación en la que aceche la posibilidad del aburrimiento, allí estará Godot haciéndose esperar.